El Infierno del Amor(爱的地狱) by Manuel Fernández y González

El Infierno del Amor(爱的地狱) by Manuel Fernández y González

autor:Manuel Fernández y González [Fernández y González, Manuel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Poetry
editor: China Intercontinental Press
publicado: 2015-09-08T00:00:00+00:00


Y despiadado, brutal,

del suelo la levantó,

con ella al corcel saltó,

partió como el vendaval;

sin ladridos la jauría

fué tras su fiero señor,

y á poco el postrer rumor

en la noche se perdia.

FIN DE LA PRIMERA PARTE.

Segunda Parte.

I.

En la cumbre del Zenete,

que está mirando á la Alhambra

y á las dos torres Bermejas,

y á la Vega, que se ensancha

al Poniente, con sus rios,

que, como cintas de plata,

relucen entre la bruma

de la noche solitaria

por la luna esclarecida,

se eleva la torre blanca,

con sus bellos azulejos

y sus ricas ajaracas,

de la famosa mezquita

donde el sepulcro se guarda

en que el cuerpo se venera

del santon Sydi Ben-Dara.

Á la base de la torre

se adhiere una pobre tapia,

que coronan descollantes

los pámpanos de una parra,

y en ella, por una puerta

estrecha, mezquina y baja,

á un pequeño huertecillo,

bello y frondoso, se pasa.

Dentro, en la alberca, se escucha

del débil chorro del agua

la monótona caida,

y el gemido de las auras

en las rojas amapolas,

en las dulces pasionarias,

en la espesa madreselva

y en las higueras enanas,

que, con torcidas raíces,

como bulbosas arañas,

á las grietas del muro

de la mezquita se agarran.

La fragancia se respira

de las flores y las plantas,

y todo anunciar parece

paz y contento en la casa

que, al fondo, con ornamentos

de verde yedra se alza.

¡Cuánto, mintiendo, extravian

las apariencias villanas!

Aquel huertecillo verde,

aquella tranquila estancia

que hace pensar en un nido

que á su culto amor consagra,

de Ataide, el desventurado,

es la doliente morada,

que en ella la triste Ayela

se extingue como una lámpara,

que al fin de una horrenda noche

sin pábulo muere exhausta.

Sentada sobre una estera,

sobre una estera de palma,

pálida como la muerte,

como el dolor apenada,

tendidas las blancas trenzas

sobre la encorbada espalda,

trenzas que dicen bien claro

que nunca ha sido casada.

Ayela en silencio reza,

y las leves cuentas pasa

de un rosario de marfil

con sus manos descarnadas,

y á pesar de todo, hermosas,

que cual al frio del alma,

en convulsion persistente

se agitan, y apénas bastan

á sostener del rosario

la ligerísima carga.

Una candela en un nicho

con su luz rojiza baña

del reducido aposento

las paredes blanqueadas,

que, si aparecen desnudas,

por su limpieza resaltan.

Un capacete sencillo,

una luciente coraza,

una pica de dos hierros

y una pesada hacha de armas,

agrupados en panoplia,

penden allá de una escarpia,

y en el fondo del hogar,

de la cena retrasada,

se oye el hervor insistente,

al que el quejido acompaña

de la vejez, ya caduca,

de un grande perro de caza,

todo á lo largo tendido

ante los piés de su ama.

Ya ha pasado un gran espacio

desde que la voz enfática

del muecin de la mezquita,

llamó á la postrer plegaria

de la noche á los creyentes.

¿Cómo tanto Ataide tarda?

Su cuidado maternal,

recelando una desgracia,

Ayela con más ferviente

dolor reza, ansiosa aguarda

á que entre el silencio suenen

las presurosas pisadas

de Ataide, cruzando el huerto,

y miéntras reza y se espanta,

de sus ojos su desdicha

rebosa en ardientes lágrimas.



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